Ayer al mediodía, cuando volvía del
colegio con mis niñas para comer en
casa, me venía diciendo Carla que se le había ocurrido una idea estupenda para
un trabajo.
-¡A mí me la puedes contar que no
te copio, luego nunca me acuerdo de nada!- le sugirió Laura muerta de risa.
Pues llevo todo el día con esa
frase en la cabeza, dándole vueltas a su grandeza, porque en realidad, la mayor
parte de las veces, los adultos nos resistimos a olvidar cada agravio, cada
ofensa, cada malentendido o cada derrota, ya sea injusta o no.
Gracias a las niñas, me doy
cuenta de que su mundo es mucho más fácil que el mío, más acogedor, más encomiable
y la razón estriba en ese puro y rápido olvido y en su inocente despreocupación.
Aunque a veces, me gustaría que este
mismo olvido no fuese el punto final a la palabreja más utilizada por ellas mismas, sobre todo en el momento de
mayor apogeo de su pre-adolescencia: “LUEGO”
Vamos a ver, aunque el
diccionario define este vocablo como “más tarde en el tiempo, inmediatamente después o
en un momento no muy lejano”, está claro que nuestros hijos lo desconocen por
completo o mas bien, le atribuyen otro significado bien distinto.
Porque para ellos, un “luego” es equivalente a “cuando
yo quiera”.
Sí, es lamentable, pero es así.
Y cada vez que se les apremia, la
contestación con esa vocecilla condescendiente que ya todos conocemos, rebosante
de fingida paciencia por lo que consideran un recordatorio innecesario y a
todas luces excesivo, es siempre la misma: “que sí, que te prometo que lo voy a
hacer, pero LUEGO”.
La traducción de esta respuesta
tan contundente como prometedora viene a
ser un “no seas tan pesado porque hacer,
lo que se dice hacer, lo voy a hacer, aunque eso sí, cuando me apetezca”.
La vida es así, hay cosillas que
vale la pena olvidar y otras, que no deben dejarse para LUEGO.
En cualquier caso, lo que yo no
pienso dejar que se me olviden son anécdotas tan graciosas como la de ayer por
la tarde. Estaban Nuri y Carlita sacando
unas macetas colocadas por fuera de la ventana del comedor y de repente, se
escuchó un ruido. Por supuesto, Laura se asomó para comprobar qué pasaba y con
cara de espanto, corrió a la cocina para decirle a mi marido:
-¡Papá, mis hermanas se han
cargado la “MOSQUETERA”!
-¿Cómo?- pregunté yo sin venirme
a la mente otra imagen que la de D'Artagnan,Athos, Porthos y Aramis batiéndose
a duelo con Rochefort.
Sin embargo, no se
trataba de eso, ni mucho menos, sino que se había descolgado la MOSQUITERA, del
marco de la ventana.
Pocos segundos
más tarde y arrastrando deliberadamente su pie al caminar por los pasillos de
casa, me comunicó Laura:
-¡Mamá, no
creerás que mañana puedo hacer gimnasia en el cole con el “inflamón” que tengo
en este pie”
Ante esta imagen
de mi hija, renqueante y ceñuda, no puedo hacer otra cosa que dar gracias por
mis niñas, tan llenas de vida y felicidad y cuyas graciosas ocurrencias me
obligan, quiera o no, a olvidar, esta vez sí, mis terrenales penas.