Por fin pasó el funesto día por
el aniversario de la pérdida de mi padre ya que en esta fecha tan
significativa, parece que cada segundo se estira hasta lo indecible.
Casi todos los que somos adultos
hemos perdido ya a un ser querido, aunque cada uno reaccionamos a nuestra
manera. Algunos tratan de ocupar su mente en un sutil intento por no recordar y
evadir, así, tanto dolor mientras que otros, se sumergen de lleno en el mismo,
removiendo sus recuerdos hasta el más ínfimo detalle.
Yo pertenezco al segundo grupo.
Tengo clavadas en mi memoria miradas enternecedoras que, sin embargo, se
disfrazan también de terrible sufrimiento y esta peculiar simbiosis, este
carrusel de imágenes salpicándose amor y padecimiento de forma alternativa e
intermitente, es el que me provoca un torrente de lágrimas.
Evidentemente y dado que tengo
cuatro niñas, he de fingir que solo estoy triste y si fuera posible, tan solo
un poco triste.
Así que dentro de las múltiples y
diversas funciones de los padres, está la de jugar a ser un buen actor o
actriz, en su caso.
Hoy he vuelto del cole a casa, al
mediodía, resoplando con cada paso que daba, pues con una mano sujetaba
heroicamente a Carolina (tiene solo seis años) y con la otra, agarrotaba los
dedos para no dejar caer una pesada bolsa, al mismo tiempo que mi cabeza
giraba, de vez en cuando, para certificar que me seguían mis otras dos hijas:
Carla de 10 años y Laura de 11.
La mayor, Nuri, con sus 13 años,
va por libre.
¿Nunca os ha pasado que cuando
vais más cargados te saluda el vecino o un conocido o un amigo pero justo desde
la acera de enfrente? No te queda otro remedio que o hacer un alzamiento de
cejas, traducido como un “te he visto, ¿qué tal estás?” o soltar lo que lleves
en la mano para ejecutar con la misma una especie de movimiento rotario, a modo
de saludo más formal.
En realidad, cuando tratas de
hacer esto mismo, lo que de verdad consigues es imitar el “saludo Papal”,
porque da la sensación de que balanceas dos de tus ocupados dedos, de lado a
lado, impartiendo una bendición.
De hecho, ahora recuerdo que en
una ocasión, realizando este saludo a una conocida, arrebaté de un manotazo el
caramelo que Carolina pensaba llevarse a la boca en ese mismo instante. Lo evoco
con toda claridad y exactitud, no sólo la concreta gominola con forma de fresa,
sino también el consiguiente berrinche de la niña por lo acontecido.
Durante la comida, yo procuro que
las niñas me cuenten sus cosas, pese a que sus ávidos ojos prefieren centrar su
atención en el Disney Chanel.
Por fin, he conseguido que Laura
me cuente un jaleillo, de los mil y cincuenta, que ocurren a diario en su clase
y de esta forma, nos hemos enterado de que un compañero, ahora mismo no
recuerdo su nombre, ha armado “la morena” por lanzar una bola de plastilina al
techo.
Y digo yo, ¿no sería la
marimorena? Pero Nuri se me ha adelantado para replicar que no habrá armado
únicamente “la morena” sino que, tal vez, también “la rubia”.
“O la pelirroja”- ha añadido
Carla.
Si en el fondo no me puedo
quejar, por muchos problemas que tenga siempre acabo llorando, pero de risa,
gracias a mis hijas.
Por circunstancias demasiado
tediosas para explicar y pese a ser finales de octubre, Laura aún no tiene un
librito de inglés. Ayer conseguí, después de mucho tiempo de puro
desquiciamiento, que la niña me anotase en un papel los datos para poder
encargarlo.
-Laura, apunta autor, título y
editorial- la dije.
Bueno, lo que me entregó fue un
minipapelito ni más ni menos que color rosa con una, asimismo, miniletra
ilegible por completo en al más puro “estilo chino” (y que me perdonen los
chinos) porque no solo parece que la ha escrito un chino por lo incomprensible
de los garabatos, sino que, además, podría tratarse de un chino que está
aprendiendo a escribir.
¡Juzgad vosotros mismos!
El caso es que me acerqué esta
tardecon ellas a la salida del cole y menos mal que en la librería nos hemos
apañado, tras una profusa búsqueda en su ordenador, para localizar el dichoso
texto traduciendo, cual gloriosa hazaña, la letruja de Laura.
De camino a casa. Carol me ha
contado que los niños de su clase (ella no, por supuestísimo) se han portado
mal, porque no paraban de hablar y molestar a Javier, que es su tutor. Entonces
él les ha dicho que pensaba irse con los de tercero de primaria para no darles
clase nunca más. Al parecer, unos cuantos niños han llorado y todo ante la
sutil amenaza de fuga.
He preguntado a mi hija si ella
ha llorado.
-¡Mamá, claro que sí, tres
lágrimas!- me ha contestado ella literalmente.
¿Se puede pedir más para terminar
el día con humor? Yo creo que no. Me acuesto ya.