Dicen que tras la tempestad, viene
la calma. No estoy muy segura de que en mi caso hay sido así, porque después de
sufrir la acometida de una batalla campal que me dejó exhausta por completo, me
sentí tan terriblemente hundida que si la cabeza me hubiese girado como la niña
del exorcista al más puro estilo de rotación y, por qué no, también de traslación
de la Tierra, seguro que ni siquiera hubiese sido consciente de ello.
Durante los escasos días que duró
esta particular guerra, apenas comí y no dormí en absoluto. ¿Cómo hacerlo con
los enemigos apuntándome con sus lanzas? Bueno, más que lanzas, trabucos.
Ante esta situación tan delicada
y compleja, mi hermano (porque solo tengo uno, el resto son hermanas) me dijo unas palabras que se
quedaron clavadas en mi pensamiento: “yo soy como un boxeador en el ring: cuando
me tumban, siempre me levanto”.
Pues eso mismo es lo que trato de
hacer hoy y para ser sincera, los mensajes que he recibido tanto de apoyo como
de ánimo han contribuido a ello.
Cuando me miro al espejo, me
pregunto quién es esa mujer de mirada triste y párpados hinchados. Sin duda, es
una mujer cansada de llorar y esa, soy yo.
Si fuese un hombre, cantaría yo
misma la canción de Raphael que comienza con un “yo soy aquel……”
Sin embargo, mis niñas siempre me arrancan una sonrisa.
Sin ir más lejos, ayer Laurita se
compró en un centro comercial un reloj. Llevaba ya un tiempo obsesionada con
este pequeño capricho y en cuanto tuvo algo de dinero, lo aprovechó para
gastarlo (como hacemos todos los adultos, sobre todo en época de rebajas)
El caso es que eligió un reloj de
color rojo y esta tarde se acercó a mí, estiró su brazo con orgullo y me
preguntó:
-Mamá, ¿te gusta o no? Es rojo “pasivo”.
-Pues claro que le gusta, “boluda”-
ha exclamado Nuri, pero debería ser rojo "pasión".
En ese preciso instante he
sentido cómo el sorbo de coca-cola que acababa de tragar amenazaba con tomar
una dirección distinta a la deseada para ascender, picarón, hasta mi nariz.
Y me ha faltado muy poquito para
escupir, casi la totalidad del líquido, al mismísimo suelo.
De esta forma tan tonta pude
comprender esta noche que por mucho que la vida me sorprenda con guerras sin sentido que
minan mi autoestima y mis fuerzas, lo más importante, lo que realmente cuenta,
lo que más quiero, lo que defiendo con mi propia vida permanece, inamovible, a mi
lado.
Ni mil ejércitos de guerreros
asesinos, blandiendo sus armas y apuntándome directo al corazón podrían
privarme de esa cálida sensación de amor y ternura que me proporcionan mis niñas, y es que mi
alma tiembla cada vez que recibo, embelesada, sus miradas; cada vez que
escucho, con deleite, sus risas y cada vez que sus manos acarician, con tan
deliberada suavidad, las mías.
Son ellas las que me colocan entre
nubes de algodón para que nadie me toque, para que nadie me alcance, para que
nadie me dañe y yo pueda volar muy alto para rozar, con la yema de mis dedos,
la felicidad.
Cuando tienes a alguien capaz de
transformar tus derrotas en gloriosas victorias, los enemigos dejan de
importante porque cada vez los ves más menudos, más pequeños, más débiles y mis
niñas, en cambio, son como gigantes.