miércoles, 2 de noviembre de 2016

2 DE NOVIEMBRE DE 2016: UN EJÉRCITO ASESINO Y YO IMPASIBLE

Dicen que tras la tempestad, viene la calma. No estoy muy segura de que en mi caso hay sido así, porque después de sufrir la acometida de una batalla campal que me dejó exhausta por completo, me sentí tan terriblemente hundida que si la cabeza me hubiese girado como la niña del exorcista al más puro estilo de rotación y, por qué no, también de traslación de la Tierra, seguro que ni siquiera hubiese sido consciente de ello.
Durante los escasos días que duró esta particular guerra, apenas comí y no dormí en absoluto. ¿Cómo hacerlo con los enemigos apuntándome con sus lanzas? Bueno, más que lanzas, trabucos.
Ante esta situación tan delicada y compleja, mi hermano (porque solo tengo uno, el resto son hermanas) me dijo unas palabras que se quedaron clavadas en mi pensamiento: “yo soy como un boxeador en el ring: cuando me tumban, siempre me levanto”.
Pues eso mismo es lo que trato de hacer hoy y para ser sincera, los mensajes que he recibido tanto de apoyo como de ánimo han contribuido a ello.
Cuando me miro al espejo, me pregunto quién es esa mujer de mirada triste y párpados hinchados. Sin duda, es una mujer cansada de llorar y esa, soy yo.
Si fuese un hombre, cantaría yo misma la canción de Raphael que comienza con un “yo soy aquel……”
Sin embargo, mis niñas siempre me arrancan una sonrisa.
Sin ir más lejos, ayer Laurita se compró en un centro comercial un reloj. Llevaba ya un tiempo obsesionada con este pequeño capricho y en cuanto tuvo algo de dinero, lo aprovechó para gastarlo (como hacemos todos los adultos, sobre todo en época de rebajas)
El caso es que eligió un reloj de color rojo y esta tarde se acercó a mí, estiró su brazo con orgullo y me preguntó:
-Mamá, ¿te gusta o no? Es rojo “pasivo”.
-Pues claro que le gusta, “boluda”- ha exclamado Nuri, pero debería ser rojo "pasión".
En ese preciso instante he sentido cómo el sorbo de coca-cola que acababa de tragar amenazaba con tomar una dirección distinta a la deseada para ascender, picarón, hasta mi nariz.
Y me ha faltado muy poquito para escupir, casi la totalidad del líquido, al mismísimo suelo.
De esta forma tan tonta pude comprender esta noche que por mucho que la vida me sorprenda con guerras sin sentido que minan mi autoestima y mis fuerzas, lo más importante, lo que realmente cuenta, lo que más quiero, lo que defiendo con mi propia vida permanece, inamovible, a mi lado.
Ni mil ejércitos de guerreros asesinos, blandiendo sus armas y apuntándome directo al corazón podrían privarme de esa cálida sensación de amor y ternura  que me proporcionan mis niñas, y es que mi alma tiembla cada vez que recibo, embelesada, sus miradas; cada vez que escucho, con deleite, sus risas y cada vez que sus manos acarician, con tan deliberada suavidad, las mías.
Son ellas las que me colocan entre nubes de algodón para que nadie me toque, para que nadie me alcance, para que nadie me dañe y yo pueda volar muy alto para rozar, con la yema de mis dedos, la felicidad.

Cuando tienes a alguien capaz de transformar tus derrotas en gloriosas victorias, los enemigos dejan de importante porque cada vez los ves más menudos, más pequeños, más débiles y mis niñas, en cambio, son como gigantes.